Suerte tuve, mucha suerte. Creo que fue demasiada y la vida quiso que terminara pronto. Un amigo verdadero, un hermano que conocí en el recorrido de mi vida.
Se fue, de forma rápida tal y como vino y me ha dejado un vacío enorme en mi vida. Aún recuerdo a los pocos días de fallecido, tomé el teléfono y lo llamé… nadie contestó y de pronto, como una pared cayendo encima de mi, recordé que ya no estaba, que había muerto.
Hace días que lo recuerdo, que lo extraño, que siento que me hace falta algo básico en mi vida: ese amigo que no juzga, que no engaña, que no miente. Ese mismo que llegó a conocerme como nadie me ha conocido, que aceptó mi enorme cantidad de defectos y el temperamento caótico que a veces tengo.
Y bueno, no puedo decir que no le hablo, el problema es que ya no escucho sus bromas antes de hablarme en serio. Hay cargas que uno necesita compartir, hablar, escuchar comentarios y buscar soluciones. Hoy hablo solo, mi familia seguramente pensará que estoy loco (y probablemente sí, no me extrañaría), pero le hablo a ese vacío enorme que tengo tratando de escuchar aunque sea, el eco de sus palabras…
Ay flaco cabrón, como te extraño, te fuiste sin siquiera despedirte… tal vez eso sea lo que más me duele, no haber podido decirte todo lo que tu amistad significaba en mi vida. Pero estoy seguro que lo sabías… al menos eso quiero creer.
Hoy que me siento ya tan cansado, agotado y medio perdido pienso que nos volveremos a ver, estoy casi seguro (la incertidumbre me gana…), aquí o en otra vida. Un amigo nunca muere, siempre está aunque no lo escuchemos…
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Imagen: Three Buddies
por Gueorgui Tcherednitchenko on Foter.com / CC BY-NC-SA