No se por que razón me impresionó una entrada del blog Ni libre ni ocupado, tal vez la incertidumbre que nos agobia al querer tomar una decisión que no sabemos si es buena o mala pero que en definitiva, repercutirá para bien o para mal sobre alguien.
Lo transcribo literal:
Me metió prisa y luego supe por qué: Quería llegar al colegio de su hijo antes que su exmujer y esperar, a escasos metros de la puerta (dentro de mi taxi y en doble fila), a que el niño saliera para darle “una sorpresa”. Así lo dijo: “Quiero darle una sorpresa”. Y así sucedió.
En cuanto el niño asomó la cabeza (tendría 8 ó 9 años) su padre salió raudo del taxi, se acercó a él, le dio un beso en la frente y tomándole del brazo le llevó en mi dirección. Una vez dentro el niño le preguntó:
– ¿No venía hoy mamá?
– Me ha llamado. Hoy no podía venir.
– ¿Y el abuelo? Cuando mamá no puede venir siempre viene el abuelo.
– Tampoco podía el abuelo.
– Pero yo quiero ir a casa de mamá. Ahí tengo la Play…
– Mañana jugarás a la Play, cariño. ¿Te apetece un helado en el sitio ese que tanto te gusta?
– No.
– ¿Y un Burguer?
– Mamá no me deja comer hamburguesas en diario. Sólo los fines de semana.
– Bueno… hoy podríamos hacer una excepción, ¿quieres?
En esto al padre le sonó el móvil. Lo sacó del bolsillo, echó un vistazo a la pantalla y colgó.
– ¿Era mamá?
– No. La oficina.
Todo indicaba que a aquel padre no le tocaba hoy llevarse a su hijo. Supuse que fue su exmujer quien le había llamado desde el colegio. Imaginé la angustia de ella al no encontrar a su hijo a la salida del cole. Que una vez confirmada su ausencia le llamara a él, al padre de su mismo hijo, y al tercer timbrazo sonara la señal de quien cuelga y luego apaga el teléfono.
Me pregunté si aquel hombre estaría cometiendo algún delito llevándose al niño, o si yo también podría ser considerado su cómplice o testigo por saberlo y no tomar cartas en el asunto llamando a la policía o frenando el taxi en seco para aclarar con él la situación.
Sin embargo el espejo retrovisor me decía que aquel padre quería estar con su hijo. Lo notaba en el brillo de sus ojos al mirarle mientras le acariciaba la cabeza o le decía todo lo que el niño quería oír. Eran píldoras de cariño comprimido en un espacio de tiempo robado a traición. Sangre de una sangre clandestina por orden de un Juez.
¿Qué sabrá la Ley del amor de un padre o de una madre hacia un hijo?
¿Qué culpa tienen los padres de haber dejado de quererse?
¿Qué culpa tienen los hijos?
Muchas veces vivimos la vida mirando sin ver, oyendo sin escuchar y queriendo sin amar, pero que rico es despertar, aunque sea de momento, y vivir la vida como se debe vivir.
Una respuesta a «Una historia de Taxi»
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